lunes, 18 de mayo de 2020

TRANSGÉNICOS NO


El hombre ha estado modificando macro y microorganismos desde los albores de sus primeras civilizaciones. Maíz, frutas y hortalizas, bacterias del yogurt y levadura de la cerveza son ejemplos de organismos transgénicos. Papa, maíz, y ajíes, con todo y su gran variedad nativa andina, no serían lo que hoy son sin la intervención humana.
Pero estos transgénicos eran seleccionados en tiempos largos, permitiendo su adaptación gradual en distintas partes del mundo. En los transgénicos modernos, los cambios genéticos inducidos son específicos (uno o pocos genes) y muy rápidos, por lo cual requieren de ayuda (fertilizantes, hormonas y pesticidas) para su cultivo. Desde la creación de la primera planta transgénica en 1983, se han desarrollado al menos 26 cosechas alimenticias de producción masiva y muchas otras con distintos propósitos. Hoy, hay pocos productos enlatados o empaquetados que no contengan transgénicos o sus derivados.
Muchos de los transgénicos que hoy se expenden son inocuos y de características nutricionales similares a las de alimentos tradicionales, pero han sido producidos con protocolos y un marco jurídico rígidos. A la fecha, solo 64 países regulan transgénicos y exigen rotulación de productos que los contengan. Las pruebas que realizan incluyen la equivalencia de sustancias con productos tradicionales, alergenicidad, chequeo de ausencia de genes transgénicos que pasan a bacterias intestinales volviéndolas patógenas, pruebas de inocuidad y nutrición en animales, y estudios en humanos (escasos por implicaciones éticas). Para muchos nuevos transgénicos hay resultados a favor y en contra en cada una de las pruebas, dejando en duda si son inofensivos. Además, se debe considerar que los países mencionados poseen estándares distintos, que en nuestro país pueden o no adecuarse.
Se ha incluido ahora un chequeo de genes transgénicos que potencialmente se inserten en el genoma de parientes silvestres o cultivos tradicionales, pero los resultados son complejos y limitados y las cosechas tradicionales se hallan en peligro. Mantener la diversidad genética tradicional es importante por simple seguridad y soberanía alimentaria y resguardo de nuestro patrimonio genético.
Los cultivos de transgénicos son también malos para la naturaleza. Están modificados para resistir herbicidas fuertes, como el glifosato, que matan malezas, insectos, mamíferos, e incluso provocan enfermedades severas en humanos. Estos herbicidas quedan en el suelo inutilizándolo y también se propagan por agua y aire contaminando zonas extensas, incluyendo áreas protegidas. El uso recurrente de estos pesticidas crea resistencia en otros organismos originando las “supermalezas” y los “superbichos” que para su control requieren de sustancias cada vez más fuertes y dañinas para el ecosistema y la salud humana.
Si se trata de seguridad alimentaria para el país, ¿por qué confiar en productos de reputación dudosa y que son nocivos para el entorno? ¿Por qué no incentivar más bien la agricultura tradicional y productos locales? La evidencia sobre transgénicos es turbia con respecto a sus beneficios y muy clara sobre sus perjuicios; no es cuestión de opinión, son hechos científicos. Me opongo a los transgénicos en pro de mi país y su gente.
 

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